La importancia de la barrica de vino
Acostumbrados a ver el vino en su botella final, resulta difícil de primeras pensar en el vino reposando durante meses en grandes barricas y, sin embargo, nada sería el vino sin esta fundamental parte de su proceso de elaboración. Este período que tan invisible resulta para el consumidor final de vino, es en buena parte el responsable de la calidad, los aromas y sabores de la bebida. Por supuesto, mucho tiene que decir la uva en todo ello, pero lo que verdaderamente destapa todos esos matices contenidos en este fruto, es la barrica.
Curiosamente, en origen la barrica era un mero instrumento de transporte; en este caso, del vino. Cuánta no fue la sorpresa de los primeros artesanos cuando observaron el genuino efecto del casual reposo del vino en sus propiedades, por no hablar de la mejora en la conservación. Algunos de estos sorprendentes efectos de la barrica en la crianza del vino eran un incremento en su tonalidad, como consecuencia de la reacción de los taninos entre el vino y la madera de la barrica; los aromas a especias y tostados y un sabor indudablemente más dulce y equilibrado, un sabor que ha madurado hasta ser lo que hoy día conocemos como vino.
Después de su fermentación, el vino se almacena en barricas, donde además de tomar un merecido reposo, sufre cambios químicos en su composición y gana en complejidad y matices. De esta forma, más aromas se percibirán en función de las características de la barrica según su tamaño, su uso y el tiempo que pase el vino en ella; la calidad y las cualidades de la propia madera pondrán el broche final a estos efectos, permitiendo una oxigenación adecuada y, lo más importante, controlada.
La fabricación de las barricas también es todo un proceso de artesanía. Curvar con calor y mimo el roble hasta darle forma, cuidando cada detalle hasta conseguir las propiedades que después influirán en el propio vino. Una madera que se ha tostado en exceso durante su curvatura, por ejemplo, aportará menos taninos y provocará una reacción más tenue con el vino, de modo que los matices adquiridos serán más pobres.
A pesar de que las barricas han sido fabricadas a lo largo de siglos de elaboración vinícola de diferentes tipos de maderas como cerezo, castaño o pino, la más habitual es que sean de roble, ya que por sus características resulta especialmente interesante para la maduración del vino. Por supuesto, tampoco vale cualquier roble, el roble francés y el roble americano son los dos tipos más frecuentes. Es el enólogo el que decide qué tipo de barrica emplear dependiendo del vino a elaborar, aunque la tendencia en muchos casos pasa por emplear ambas y obtener así variedades que sepan capturar todo un abanico de propiedades.
En nuestra bodega, esa variedad de matices transcurre entre nuestro Colonias de Galeón tinto, con 24 meses en barrica de roble francés de diferentes capacidades y Colonia 40, con 14 meses en barrica usada de roble francés y americano hasta nuestro Pinchaperas, que son siete meses en barrica usada ya es capaz de recoger esa naturaleza fresca e incluso ligeramente descarada que tanto gusta al paladar.